La primera mitad de la década de 1960 fue el momento de mayor intensidad migratoria interna. Los saldos negativos más elevados se encontraban en las provincias de predominio agrario del interior peninsular, especialmente en las de agricultura extensiva y bajos rendimientos.
Los problemas de estas zonas se agravaron en este momento por la mecanización agraria, que redujo la necesidad de mano de obra, y el crecimiento demográfico, provocando un elevado éxodo rural.
Los mayores saldos positivos se encontraban en las provincias que contaban con destacados núcleos industriales y turísticos: Madrid y las provincias incluidas en la Y formada por el valle del Ebro (entre el País Vasco y Tarragona) y el litoral mediterráneo (entre Girona y Alicante). A estas provincias se sumaban Baleares y las dos provincias canarias gracias al inicio de la atracción turística. El desarrollo de la industria durante la década de 1960, impulsada por los planes de desarrollo, demandaba obreros no cualificados. Por su parte, el turismo, favorecido por el aumento del nivel de vida de la población europea, los atractivos de España para el modelo de sol y playa imperante, y los bajos precios a raíz de la devaluación de la peseta por el Plan de Estabilización, demandaba también trabajadores, dado que se trata de una actividad no mecanizable, que requiere numerosa mano de obra de baja cualificación. Así, los emigrantes del interior peninsular acudieron a estas áreas buscando empleos más seguros y mejor remunerados que los del campo; mejor nivel sanitario, cultural y de ocio; y mayor libertad de actuación.
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